El día que secuestraron a Tinelli

Castelforte

No era nuestra intención matarlo, pero la dinámica de los hechos precipitaba un final, casi, sin opciones. Hoy la sociedad está conmovida y en pleno debate. ¿Por qué secuestrarlo a él?, muy sencillo, porque era un símbolo, el arquetipo de lo que este individualismo globalizado entiende por un ganador, un winner que durante muchos años se dedicó a idiotizar a la gente, a desplegar la obsecuencia con el poder, a inculcar que el éxito se sustenta en tres pilares; fama, poder y dinero. Veíamos a todos esas chicos y chicas por miles haciendo cola para participar en sus programas, exponiéndose al ridículo más patético frente a las cámaras y todo por ese instante de fama, ese salir del anonimato a cualquier costo y en forma rápida, sin plan, sin objetivos y sin esfuerzo.
En un principio, nosotros, nos refugiamos en la cultura, en nuestros valores; nos reuníamos a charlar, a escuchar música, a realizar actividades solidarias; pero todo apuntaba a aislarnos, a tildarnos de raros, de antiguos, de perdedores, de bohemios inútiles y otros tantos calificativos con los que la masa expresa su rechazo al que no sigue la corriente. Mientras tanto, la televisión escupía su imagen, su hablar a los gritos, su estúpida y plástica sonrisa, sus bromas berretas aclamadas por una manada de imbéciles; era como si nos dijera ¡acá estoy! y ustedes no son nadie.
Entre tanto, seguíamos siendo golpeados; cerraron todas las radios que emitían música clásica y tantas otras de buen gusto; los ciclos de divulgació, los pocos que había y todos en el canal oficial, fueron lanzados a horarios imposibles y en su lugar pusieron deportes. No es que a nosotros no nos gustara, por caso el fútbol, pero no para silenciar el dolor y las injusticias. Y, además, en los canales privados, día a día aparecieron programas a cual más ganso. Ninguno de nosotros tenía TV por cable, por lo que estábamos condenados a recibir el ataque alienante del sistema.

La idea surgió de casualidad:deberíamos secuestrarlo, dijo uno de nosotros casi en joda, y los demás la continuamos, imaginándonos la repercusión en la gente, el barullo que se iba a armar, las declaraciones de los “famosos”, el análisis de esos periodistas que tanto despreciábamos y la opinión de los otros comunicadores.

Poco a poco, lo que empezó como un delirio fue tomando forma; acordamos que la acción, pues así la denominamos, debía ser ejemplar, un mensaje claro a los poderosos, ¡No están seguros señores! y a los chicos embrutecidos ¡así acaban los ganadores! ; y pusimos manos a la obra.

Varios meses duraron los preparativos. La casa de la abuela, recientemente fallecida, de uno de nosotros era el lugar ideal para el cautiverio pues tenía un enorme sótano y estaba situada en un descampado. Comenzamos a visitarla sistemáticamente relacionándonos con los vecinos, algunos nos conocían de chicos, y diciéndoles que la íbamos a poner en condiciones para venderla; el ardid dio resultado y pronto la poca gente de los alrededores se acostumbró a nuestra presencia y sobre todo a nuestra llegada a altas horas de la noche. Probamos minuciosamente las comunicaciones triangulándolas de manera tal que fuera imposible rastrearnos, conseguimos algo de armamento, ensayamos paso a paso el itinerario, las postas, el cambio de vehículos y demás pormenores. Una atmósfera de exaltación reinaba en el grupo, verdaderamente estábamos alegres, después de años de humillaciones sentíamos que por fin íbamos a golpear al corazón mismo del sistema, a su símbolo, al emblema del “éxito”, y en la obra por hacer se esfumaron nuestras frustraciones.

La operación salió tal como fue planificada, el hombre no opuso resistencia y ahora estaba maniatado en el sótano a nuestra entera merced, pálido, aterrado y tembloroso. Sin embargo lo tratamos bien, era preciso que hasta en los mínimos detalles demostráramos nuestra superioridad moral.

Rápidamente nos pusimos en contacto con el canal; las negociaciones para su liberación se harían al aire y en horario central. No pedimos mucho, solo un rescate simbólico: ¡cinco días de programación cultural en todos los canales de aire y sin publicidad!, Incluían la vida de Borges, Cortazar, Arlt, Walsh, Fontanarrosa, Bayer y Gelman, dimos un plazo más que razonable para implementar el rescate.

No lo hicieron. No estaba en nuestros planes que rechazaran algo tan simple; el mismo sistema que lo entronizó ahora le soltaba la mano, ¡no perderían cinco días de publicidad por su vida!, tal vez creerían que no cumpliríamos la amenaza, ¿qué hacer entonces?, algunos de los nuestros se derrumbaron y dijeron que habíamos ido demasiado lejos, otros, que no podíamos permitir que el sistema triunfara una vez más; discutimos mucho y no hubo consenso, entonces votamos.

La moción de ajusticiarlo se impuso por la mínima diferencia y el azar eligió al verdugo; me toco en suerte realizar la tarea; a mí, que preparé mi mente y mis manos a lo largo de toda la vida para la creación ahora debía acabar con una vida. Una desesperante angustia me invadió, ¡no quería hacerlo!, luego sobrevino la furia y pensé que tipos como él me estaban llevando al asesinato y así, furioso y desesperado tomé el arma y bajé al sótano. Por suerte mis amigos facilitaban la tarea, el hombre estaba atado de espaldas sentado en una silla con los ojos vendados.

No quise hacerlo así, le quité la venda, lo miré fijo y le dije:
-¡Preparáte, hijo de puta!
Miró el arma y temblando a merced de un huracán invisible imploró por su vida, invocó a sus hijas, prometió darnos dinero, lloró cada vez más fuerte. Lo hice callar y apunté. Su ¡noooo! le desfiguró el rostro. ¡Por mis hijas!, ¡Por mis hijas!, ¡Por mis hijas!, repetía.

-Y los hijos de los que vos boludizás, ¿no merecen comer, ir a la escuela, ver un programa digno y crecer sin que los mate un gatillo fácil o un cobani tras las rejas? ¿Sus padres no merecen un laburo y dos platos de comida al día? ¿Tenés alguna puta idea de que sos un pilar del boludismo que edulcora la matanza de cada día?

-¡Siii! ¡Siii! ¡Siii!, pero voy a cambiar, dame una oportunidad, ya vas ver, tengo ideas que puedo implementar para tu gente. ¡Dame una oportunidad! ¡Por favor, por mis hijas!, ¡por mis hijas! ¡Te lo prometo! ¡Te lo prometo! ¡Te lo juro por lo más sagrado!

No sé en qué momento la duda me ganó la mente y el alma. Lo solté, y hasta lo ayudé a alcanzar una claraboya que daba al jardín.

Al subir, recibí el silencio atroz de mis compañeros y la puteada de Jorge: -¡Cagón de mierda, traidor hijo de puta!, y otras cosas que escuché hasta que las sirenas taparon todo otro sonido.
Dentro de mí, aún tengo alguna esperanza de que él podrá ser otro hombre, que Marcelo Star alguna vez emprenderá una programación cultural en serio como lo había prometido a cambio de su vida.

Por eso, minutos antes de las 12:00, cada noche siempre sintonizo ese canal esperando que diga y haga algo distinto. Mis compañeros de pabellón lo miran por las minas, el caño y el baile que, con tetas turgentes y culos recios, habrán de zarandear los ojos de millones de televidentes hacía todos los puntos cardinales.

Por mi parte, en esos momentos previos al comienzo me concentro y espero. Tomo aire profundamente, me aferro con las dos manos al banco de metal, miro la ventana enrejada y ahí cierro los ojos para escuchar si esa noche va a cambiar. Hasta ahora no sucedió. Pasan los días y con ese regocijo bobo, tan suyo, me grita otra vez: -¡¡¡Buenas noches, América!!!
(Castelforte es una asociación “ilícita” literaria que reúne al escritor Daniel Forte y al periodista Oscar Castelnovo)